«¡Han nacido cinco pollitos de los de verdad!». Así reciben a LA RAZÓN los 25 niños que componen una de las clases de Infantil del CEIP Nuestra Señora del Villar, ubicado en Laguna de Duero (Valladolid).
Ellos no lo saben, pero sus clases no son como las de muchos otros niños de Castilla y León. Forman parte de un novedoso método educativo que están investigando tres profesores del centro y otros dos de Magisterio de la Universidad de Valladolid (UVa), gracias al Centro Superior de Formación del Profesorado de la Junta.
Esta iniciativa, financiada por la Dirección General de Innovación y Equidad Educativa de la Consejería que preside Fernando Rey, parte de la teoría de las inteligencias múltiples, del psicólogo Howard Gardner. Él considera que las personas tienen ocho tipos de inteligencia: verbal o lingüística, lógica-matemática, naturalista, visual-espacial, musical, corporal, interpersonal e intrapersonal.
Así, los cinco profesionales que componen el proyecto, Mercedes Carpintero (directora), María Fernández, Irene Rojo, Benito Arias y Henar Rodríguez (codirectora perteneciente a la UVa), tomando como base esta teoría, aportarán a la misma datos cualitativos y realizarán un test con el que se podrán identificar las capacidades o inteligencia de cada alumno.
Un eje transversal
Este curso, tal como se viene realizando en los últimos años, uno de los ejes transversales para el aprendizaje de los pequeños ha sido la cría de pollitos. Los niños han seguido todo el proceso -desde el huevo hasta su nacimiento- y ello les sirve no sólo para aprender cómo funciona la naturaleza, sino también para utilizar las matemáticas, el lenguaje o incluso, desarrollar la paciencia mientras esperan los 21 días de incubación.
«Hoy en día los niños están hiperestimulados con la tecnología y quieren todo ya», asegura Carpintero mientras explica que la clase también tiene un pequeño huerto y que son éstas las experencias que hacen que los niños aprendan valores como el esfuerzo y el respeto.
«Aún hay resistencia al cambio, pero la sociedad es diferente, por lo que la Educación debe adaptarse a ella y compensar las desigualdades», explica.
El equipo considera el aprendizaje como un proceso constante en el que «lo que se vive es lo que mejor se recuerda», por lo que apuestan por una metodología educativa vivencial, en la que los pequeños apliquen sus conocimientos a las cosas tangibles, como un pollito.
La clase cuenta con varias zonas de estudio diferentes (lengua, naturaleza, arte, etc) y, a la voz de «¡a los rincones!», los 25 niños se levantan corriendo de sus sillas con una sonrisa en la cara y se dirigen a la que más les gusta.
Mientras uno de los pequeños va directo al microscopio otros eligen las tablas para formar palabras y otros optan por construir castillos. «La clave es que trabajen diferentes ámbitos y una vez empiecen una tarea la terminen y recojan el material utilizado», explica Carpintero.
«En el aula potenciamos que desarrollen pensamiento crítico y se den cuenta de las responsabilidades que tienen» subraya.
Además, consideran estos investigadores/profesores que «hay que escuchar al niño» y no sólo en el colegio, sino también en casa. «Ser padres no es algo innato, también hay que formarse», afirman.
«Hay que encontrar tiempo para pasar con nuestros hijos aunque cueste, porque su mundo de referencia es tan pequeño que todo les afecta y cada cambio puede suponer un terremoto», concluyen.
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